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Ña Zárate

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Es dama señorial. Vive en un “Encanto” de la “Piedra Blanca” de Escazú en la estación lluviosa; en la seca, en otro de la Piedra de Aserrí. Vive sola. Ella se hace todas sus cosas y jamás ha recurrido a seres extraterrenales, que los tiene a mano, para sus extraordinarias actividades. En ambos encantos posee magníficos jardines de opulentas flores que jamás marchitan. Pero: ¡ojo! no hay que tocarlas so pena de quedar encantado.. por un tiempo no muy prolongado. Pasado éste, volvés a ser lo que fuiste, pero difunto. Ella misma te entierra en cementerios que tiene en ambos jardines, donde descansan los que por tocar, todo lo arriesgan. Podés visitar sin peligro esos “Encantos” pero solamente el Jueves y Viernes Santos. En uno de sus jardines, no recuerdo ahora cuál, hay un lago pequeño, un estanque más bien, que es un acuario maléfico, sin fondo, como un ojo terrible e isomne. No hay que mirarlo. Posee el poder de transmitir el “mal de ojo”. ¡Cuidado! Esta señora, que cuando joven era una Diana Cazadora, se topó con el Dueño de Monte y éste, amigablemente, la presentó al mismo Lucifer. Ella hizo contrato con él: le iría entregando almas a cambio de los “Encantos”. Así fue. El “Encanto de Escazú tiene tres ventanucos: por uno se espía Escazú, por otro San Ignacio y por el tercero Aserrí. Tiene agentes, que jamás conocerás. Estos que viven entre ustedes, le procuran gentes de curiosidad malsanas que terminan en uno de sus cementerios.

Doña Zárate hace maleficios, enciende serpientes; a un hombre inteligente le vuelve alelado. A un político listo le transforma en despistado, a uno virtuoso en aprovechadillo, a uno liberal en hipócrita santurrón, a uno mesurado y prudente en deslumbrado despilfarrador. Es politiquera, y mal anda la política cuando interviene doña Zárate a sugerir. A una melindrosa y callada doncella la convierte en hembra desenvuelta y parlera. A un prohombre adusto, en ombligo de locuras. A una doncella, que por haberse cansado de andar mucho tiempo con toda su virginidad a cuestas, la abandona en el primer recodo y de resueltas queda a dolorida, compungida y descosida, doña Zárate le enhebra, la hilvana, la cose y zurce, de tal manera, que la deja tan intacta como el día que la parió su madre. Usa luto y mitones cuando viaja, toda indiferencia y silencio, al Mercado Central a proveerse de implementos. Hierática, encorsetada y lejana. Hay hierbas, destilados, oraciones, cantáridas, perfumes infusiones, toques, miradas, grimorios, alquitaras, clepsidras para torcer la voluntad, tundir cuerpos, macerar virtudes, sembrar cizaña, esparcir el mal, ahuyentar la bondad y que todo se lo alce el demonio. Todo es fábrica de Zárate. Pero tiene gestos con la gente pobre: a un misérrimo jornalero que andaba con su multa cerca de la Piedra Blanca de Escazú recogiendo barañas para su mortecino fogón, le dio grandes manojos de quelites de ayote, de chiverre, de zapallo. El hombre desilusionado, los tiró al fondo del zurrón. A poco, ya de vuelta la mula no podía andar agobiada por el peso. El hombré tiró lo quelites y la mula recuperó su alegre trotecillo. En la noche, la mujer vio algo brillante en el fondo del zurrón: era un quelite de oro. Corrieron a alzar el resto a la vera del trillo y todos eran quelites de oro que brillaban cordialmente.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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