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La campana de oro

El Cerro del Espírito Santo, parece que ocultara los secretos de otros tiempos, su altiva cumbre se deja de ver desde el centro del país. En el fondo, los celajes decoran las bonitas tardes del verano. Su forma es una jiba de un violeta casi oscuro.

Lo conocí de lejos en mis años escolares, unas veces cubierto su penacho de nubes blanquecinas, que en forma de un encaje, se deshilaba el sol de la mañanas y, en noches de luna, mi maestro me indicaba alguna hermosa constelación, más arriba de su cumbre.

Cuentan las gentes que un Viernes Santo por la tarde, proyectaba el sol una columna de luz, que hacía una mancha de una amarillo pálido, sobre el perfil del cerro, en momentos en que un campesino iba por entre matones de jarales y flores de Santa Lucía, contemplando hermoso el campo y sintiendo el montañés frescor de la tarde, cuando de pronto, lo sorprende una campana de oro atravesada en su camino; etasiado contempló su exacta forma y su amarillo color de mirasol; tenía miedo y se sentía dueño de aquella misteriosa aparición, en ese cerro de leyendas. Comprendiendo que sus ojos no sufrían engaño, de prisa y con una exaltación nerviosa, fue a traer sus bueyes y bejucos bien macizos para llevarse la campana.

En su cerebro había inquietudes, creía a veces que los duendes, esos niñitos misteriosos, le obsequiaban la campana que, según las gentes, época más antes regaba tañidos armoniosos que de una manera misteriosa, se oían en el corazón de la montaña virgen o sería la que ocultaron los espartanos, cuando fueron asaltados por los piratas que comandaba Charpe.

El campesino de regreso con sus bueyes enyugados, con una emoción que nunca había sentido, iba a llevarse la campana y cuando llegó donde la joya del encanto, ya oscurecía el día, ya no estaba y desde entonces nadie ha vuelto a escuchar, ni a dar razón de la campana de oro.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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