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El divino navegante

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Las inundaciones del Reventazón también exaltaban el sentido religioso y la imaginación del pueblo, y en Ujarrás se contaba que durante una de las inundaciones tres mujeres quedaron atrapadas dentro del templo en que buscaran asilo, y subieron al presbiterio que estaba a nivel más alto que el resto de la iglesia. Al ver que el agua subía tomaron el Niño Dios del nacimiento y con todo y su cuna lo colocaron sobre una tabla de flotaba. Al instante comenzó a bajar la inundación y, en su retirada, las aguas se llevaron la tabla con el Niño en su cuno. Ese diciembre se puso el nacimiento sin el Niño, pues el doctrinero dijo que por sus pecados, los habitantes de Ujarrás no eran dignos de que el Niño Dios residiese entre ellos.
Compungidos hicieron penitencia, y su contrición aumentó al entrar el invierno, cuyas fuertes lluvias hicieron crecer el río, que amenazaba con nueva inundación. En efecto, así sucedió; sólo que esta vez las aguas se detuvieron a la entrada del pueblo, y al retirarse dejaron la tabla con el Niño en su cunita, en señal de que los habitantes de Ujarrás habían sido predonados.

Para las gentes del lugar, el Niño de Ujarrás fue patrono de los pescadores y de los que trabajan en el río sacando arena y piedra. También los que durante viajes se veían obligados a cruzar vados peligrosos o los que emprendían viajes por el mar, se encomendaban al “Divino Navegante”.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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