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La leyenda del Cerro de los Santos

Corría el año de 1914… Yo, que por medio de un médico amigo, sabía que a mi madre le quedaba poco tiempo de vida, procuraba pasar a su lado la mayor parte del tiempo posible, como queriendo atenuar así, el inevitable y doloroso desenlace… Me complaciá mirarla dar vueltas por la casam realizando los pocos quehaceres hogareños que su estado físico le permitía… Una viejita llamada Adele Sequeira, que venía del barrio del Jocote (hoy Nambí) a dejarle a mi madre unos comales de barro. Después de los saludos de rigos, y de las consabidas preguntas acerca de la salud, mi madre preguntó a la viejita, si todavía en el Jocote conservaban la costumbre de rezar en el cerro, el Rosario de los Santos, doña contestó que sí, y que ella era la mayordoma de la función.

Cuando la visitante se hubo retirado, yo pregunté a mi madre, el porqué, de esa costumbre y entonces escuché de sus labios la siguiente historia:
En el barrio del Jocote, vivía una humilde familia de apellido Alemán, que tenía entre su numerosa descendencia dos hijas: Auristela y Rosa, de quince y trece años respectivamente. Estas niñas salían a los cerros vecinos, unas veces a recoger leña, otras a recoger frutas silvestres de las que tanto abundan en nuestras campos… Fue así como una tarde, caminando por el cerro del “coriol” en busca de nances, encontraron en un pelado del cerro una “muñeca de piedra”. Las jovencitas no cabían en sí de gozo; y al volver a la casa venían haciendo planes, para jugar con ella y hacerle vestiditos.
Al llegar, contarin el hallazgo a su mamá y al resto de la familia, todos se congregaron a su alrededor para ver la linda muñequita de piedra… Llegó la noche, y con ella la quietud a la familia, al acostarse las niñas, la muñeca fue guardada cuidadosamente en el baúl.
A la mañana siuiente las niñas tuvieron la desagradable sorpresa de no encontrar a su juguete, y pensaron que alguno de los hermanos mayores, por embromarlas, se la había escondido. Esperaron hasta el mediodía; y cuando éstos regresaron del trabajo, ansiosamente les preguntaron por la preciosa muñeca… Ellos, igualmente extrañados, manifestaron que nada sabían de la desaparición de la muñeca de piedra. De nuevo las chiquillas emprendieron el camino del cerro en busca de los sabrosos nances, y recogiendo unos por aquí y otros por allá, se encontraron de pronto en el mismo sitio en donde encontraron la muñeca, y palidecieron de emoción, al ver de nuevo en el mismo pelado del cerro su preciado juguete de piedra… La recogieron para llevarla nuevamente a su casa, notaron que ya pesaba más, pero como niñas inocentes no dieron importancia a este detalle…
En la casa el hallazgo fue motivo de alegría y comentarios. Los vecinos más cercanos ya se interesaron por lo ocurrido; y acudieron a dar fe de lo dicho; y algunos de ellos hicieron notar, que la muñeca tenía un adorno en la cabeza, parecido al de María Santísima, otros no vieron más que una muñeca de “guaca”. Así pasó aquella tarde; y de nuevo llegó la noche, portadora de reposo y paz campesina… Las niñas no quisieron despegarse de su juguete; y al acostarse, la pusieron en medio de las dos en el camastro donde dormían, para evitar que otra vez se la fueran a botar… Con los albores del día, despertaron también los habitantes del humilde ranchito; y de esta vez fueron todos sorprendidos, pues la muñeca de piedra, no apareció en ningún lado…
Hubo entonces en la casa multitud de comentarios… A los pocos días, las niñas en el mismo lugar donde la encontraron la primera vez, localizaron de nuevo la muñequita, pero en esta ocasión, no la pudieron llevar a la casa, porque al ir a cogerla, se les esfumaba de las manos y aparecía unos metros más arriba… En este toma y esfumarse, sin darse cuenta, llegaron a la cima del cerro, y allí quedaron mudas de asombro, porque sobre una piedra, ya no era la muñeca la que estaba sino que, en medio de una tenue neblina, ellas pudieron ver, tres figuras de Santos; todavía intentaron cogerlos, pero los santos no se dejaban ya.

Compungidas, reresaron a la casa a contar lo sucedido…

Los padres se encargaron de hacer volar la noticia entre los demás vecinos.

Comenzaron a ir al cerro en busca de los Santos, pero algunas personas no veían nada, otras, en cambio, distinguían las figuras…

La noticia, cogió cuerpo y se regó por todos los otros barrios; desde donde acudían las gentes en busca del milagro. Así hicieron llegar el aviso hasta la Villa de Nicoya donde el cura de ese tiempo, Monseñor Vicente Echeverría, se mostró incrédulo y escéptico… No por eso disminuyó el fervor vecinos que siguieron las romerías y los rezos en el cerro, con los consiguientes comentarios… Al fin, el cura, consintió en ir a celebrar una misa en la cima del cerro, pero no quiso ir, ni a caballo, ni a pie, sino que obligó a los creyentes a que lo llevaron en una silla de manos. Esto no fue obstáculo para aquellas sencillas y buenas gentes, y a pesar de los dieciséis kilómetros que dista el cerro de la ciudad, vinieron a traer al “Tata cura”, y lo llevaron en “silla de manos”, es decir, al hombro, hasta la propia cumbre del cerro donde habían levantado una ramada de hojas de palma real… Ese día primero de noviembre de 1898, el padre dijo la misa en la cima del cerro; había gran cantidad de fieles de todos los barrios vecinos, oyendo el Santo Oficio como a las diez de la mañana… Los que allí habían pasado la noche anterior rezando, decían que habían visto los Santos, que entre las figuras, claramente se distinguían, un varón, una mujer y un niño, todos los que habían visto, convenían en que eran la Sagrada Familia… En el lugar en que por primera vez aparecieron los Santos al pie de la piedra, los vecinos habían ya clavado una cruz; ese día de la misa, el sol de noviembre ya picaba y las gentes tenían sed; ya unos comenzaban a descender del cerro en busca de agua cuando se produjo el milagro que todos vieron. “Llegó del bosque una paloma blanca y después de revolotear tres veces, se sentó en el árbol de la Cruz, inmediatamente, al pie, brotó una fuente de aguas blanquecinas, que sirvió, para que todos los presentes pudieran apagar su sed entre los rezos y lágrimas de los más temerosos”… Después las gentes siguieron visitando el cerro y cada vez que hacían su rosario, brotaba nuevamente el agua al pie de la Cruz. Los Santos dejaron de verse después de esto, pero los vecinos del barrio del Jocote conservaron su tradicional costumbre de hacer el Rosario a todos los Santos el primero de noviembre de cada año, cuya última mayordoma fue Adelita Sequira, la viejita que una tarde calurosa de abril, llevara a mi madre, unos comales de barro… Haste aquí el relato de mi madre…

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.







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