Skip to content

Cuando San José, el Viejo, peleó

  • by

Hoy en el calendario católico aparece maracado con letras especiales, como las de las festividades destacadas, las de San José, patrono de la República y de esta capital.

Los católicos josefinos -San José ha sido una ciudad eminentemente católica y liberalmente tolerante-, han vivido bajo el patronato del místico esposo de María. Su devoción es tan vieja como la ciudad, y aún antes de llamarse la capital, como se llama, cuando era apenas, allá por los setecientos un rancherío conocido con el nombre de La Boca del Monte de Aserrí, ya tenía una primitiva ermita dedicada a San José.

Fue esta devoción de los “boqueños” al santo de la florecida vara lo que determinó el nombre de la ciudad que un día habría a ser de cabeza de la nación y asiento de sus poderes.

En vez de La Boca del Monte, las gentes empezaron a decir indistintamente La Boca o la ermita de San José. Muy luego fue el último nombre el que quedó, San José, prevaleciendo por sobre las otras indicaciones.

Desde aquellos días en que había aquí la ayuda de parroquia, el diecinueve de marzo se hacían festejos; vísperas con rosario solemne y alguna pólvora; misa al día siguiente y sermón. Luego, a medida que la población fue creciendo las festividades de San José llegaron a ser de rumbo y atraían gentes de distintos lugares de la Meseta Central de la República.

Llegaron a ser verdaderos festarrones. A la fiesta patronal se unían las fiestas particulares de todos los don José, don Chepes, don Pepes y Chepitas, y Pepitas que abundaban en esta villa singularmente simpática que es hoy la ciudad primera de la República. Bailes, serenatas, rosarios en honor de San José, o San Chepe, como le dice familiarmente el josefino, se hicieron por centenares y por años de años. Además de la gran fiesta que tenía lugar en su templo, hoy metropolitano de la República.

Pero de todas las leyendas y tradiciones referentes a San José, ninguna más simpática, por la sencilla y por lo que vivió en el pueblo, conmoviendo su imaginación, que la referente a los combates de la campaña nacional sobre el río San Juan.

Era la leyenda, dicha a grosso modo, más o menos, la siguiente: los soldados que se enviaron a hacerse cargo del fuerte de San Carlos y del Castillo Viejo, eran, en buena parte, josefinos y alajuelenses. Pasaron mil calamidades en aquellas selvas inhóspitas. Pero en medio de ellos apreció un hombre singular, de abundante barba, manso y humilde, afable como ninguno, que en todas las ocasiones les infundía valor y entusiasmo, les daba consejos, les llenaba de ánimo piadoso con los heridos y los enfermos, a ellos acudía cariñoso y solícito, procurando de bálsamos para sus heridas y consuelo para sus desfallecimientos. Cuando este hombre extraordinario luchaba con los ticos, los ticos eran invencibles y fue así como se enseñorearon del río dando fuerte golpe al poder filibustero, cortándole su línea de aprovisionamiento con los Estado Unidos.

Aquel hombre desapareció de entre los nuestros cuando la empresa llegó a su término. Todos los recordaban; sus facciones familiares no se despintarían de la memoria de aquellos soldados.

Cuando regresaron los expedicionarios a la ciudad, algunos fueron, como era natural, al fin cristianos y ticos, a darle gracias a Dios en su iglesia catedral.

Llevados por su fe fueron a la casa de Dios a agredecerle el haber vuelto a sus hogares y al seno de los suyos con vida y con los laureles de la victoria. Y fue entonces cuando aquellos hombre reconocieron en la imagen de San José, el llamado El Viejo, esto es el que está ahora en el mes de marzo expuesto en la catedral, el que lleva la bandera de Costa Rica, no el que está vestido de gracia y permanentemente en su altar, las facciones del extraño y maravilloso compañero de las jornadas del San Juan.

Esta es la leyenda. San José, hecho hombre de carne y hueso, fue a pelear con sus devotos ticos en la campaña nacional. Eran el mismo aquel hombre de los combate y la imagen; la barba igual, la misma luz suave en los ojos, las mejillas exactas, la cabellera igual.

Aprovechemos esta oportunidad para añadir otros dos detalles más: la imagen de este San José el Viejo, que sale en las procesiones, es la misma que se paseó en rogaciones el año cincuenta y seis en esta capital, por todas las calles, para que aplacara el azote del cólera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *