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Leyendas de la aparición de la Virgen de Ujarrás

En aquellos tiempos, ya avanzada la conquista en Costa Rica, pescaba un indio en la desembocadura del Suerre (Reventazón) o del Pacuare. La mar estaba de creciente. El indio, entretenido en su oficio dedicaba a él toda su atención. Sobre las olar, tranquilas y apacibles, flotaba un objeto de no pequeños dimensiones, a corta distancia del lugar.

El indio seguí en su tarea. El extraño objeto, al impulso de la corriente se acercaba más y más a la playa. De pronto lo divisa el indio, le sorprende, se admira de ver aquella extraña canoa de forma cuadrilátera, que nadie conduce, que avanza sola sin que remero alguno la impulse, movida como por fuerza misteriosa, que se acerca más y más hacia él, como si él fuera el punto hacia donde se dirigiera la proa, que no existe. Atónito, poseído de cierto temor rayando en medio, reconcentra toda su atención en aquella caja misteriosa que ya casi beas sus plantas y, lanzándose él mismo dentro del agua, la ayuda a encallar en la playa. La aseguró, entonces, con las redes usuales de los de su raza y, cargándola sobre las espaldas, sostenido de su propia frente con una amarra, emprendió viaje a Cartago, luego de haber hecho su primer descanso a las orillas del Madre de Dios.

El itinerario era bien marcado; siguiendo las vegas del Reventazón descansaría en Turrialba, Santiago actual y Ujarrás para doblar después hacia Cartago. En cada descanso quitaba la caja de las espaldas para colocarla en el suelo. En cada descanso quitaba la caja de las espaldas para colocarlo en el suelo. Terminado el descanso, cargábala de nuevo, como se ha dicho y porseguía la marcha.

El viaje lo hizo en esa forma sin novedad hasta Ujarrás. Pero he aquí que cuando prentendió llevar el cajón a la espalda para proseguir su camino, le faltaron las fuerzas y no pudo moverlo del suelo. Creyéndose extenuado por la fatiga del viaje llamó en su auxilio a algún indio y fue vano el intento; el cajón no se movía del suelo. Un tanto extrañado llamó a otros indios en su auxilio y llegaron, dos, cuatro, seis, ocho… y ni los ocho juntos conseguían el intento. El indio se llenó de temor ante aquel fenómeno, y por fin, mudo de asombro, corrió a Cartago dando parte a los frailes de San Francisco de lo ocurría. Vinieron a Ujarrás uno o más frailes que, admirados pudieron constatar el fenómeno: el cajón se había hecho pesado y ninguna fuerza humana podía moverlo. Creyeron que tan insuitado hecho encerraba algo sobrenatural y decidieron salir de dudas abriendo el cajón. Grande fue la sorpresa, inmensa la alegría y profunda la impresión que les causó encontrar dentro de la caja la pequeña y graciosa imagen de la Madre de Dios que se venera hasta hoy.

Una vez descubierto el precioso contenido del cajón resolvieron llevarlo al convento de Cartago para darle el debido culto, pero toparon con la misma dificultad: no había fuerza humana capaz de mover la imagen de aquel sitio. Un poco temerosos y creyendo que la Virgen quería ser llevada en procesión, mandaron a Cartago por los ornamentos del caso, ciriales, campanillas e incensario. Bendijieron la imagen y se aprestaron a llevarla triunfalmente a la Capital de la Provincia pero, sucedió lo de siempre, no era posible mover la imagen en ninguna dirección. Comprendiendo, hasta entonces, que la Virgen quería tener allí mismo su casa y ser la Señora de los Valles, dieron inmediatamente manos a la obra levantando, sobre el mismo lugar, un rancho pajizo e improvisado, un rústico altar en el cual sí fue posible colocarla todo esto mientras daban principio a la iglesia de adobes y horcones que, poco después, se bendecía, alojando con toda pompa a la imagen aprecida.

II

Existe otra leyenda idéntica a la anterior con esta sola diferencia: que los franciscanos al abrir la caja exclamaron:
-¡La madre de Dios!, de cuya exclamación nació el nombre del río, bien porque la pesca se efectuara en si desembocadura, subiendo el cajón hasta ese lugar, en la unión de ducho río con el Pacuare; bien por el primer descanso que hizo el indio en sus orilla.

III

Con poca variante encontramos esta leyenda: en vez de una caja fueron tres las que arrojó el mar, cada caja con una imagen de la Virgen, y las tres imágenes exactamente iguales.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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