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Playa de la Garza

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Garza, o la Playa de la Garza, es un lugar del litoral en la región de Nicoya. Allí se ha establecido un reciente y pequeño poblado cuyas gentes viven, principalmete, de la explotación de preciosos árboles maderables, como cedros, pochotes, cocobolas y caibas. A propósito de su nombre se refiere la siguiente leyenda:

Mucho antes de que los hombres blancos y barbados hubieran aparecido por las playas de que bañan el Golfo de Nicoya, ese zafiro inmenso que se engasta en la corona de cerros amatista y esmeralda que los circundan, Diriá, el belicoso Cacique, envió una numerosa expedición de guerreros a combatir a las tribus de Nosara.

Como rápidos y silenciosos coyotes los diriageños cruzaron por entre tupidos matorrales; atravesaron ríos, nadando con las armas a la espalda; se abrieron trillos de danta bajo las cúpulas de los altos espabeles del bosque. Al fin de dos jornadas tuvieron a la vista una de las rancherías de las gentes de Nosara.

Unos cazadores nosareños descubrieron la presencia de sus enemigos y corrieron a avisar a los pobladores de los ranchos. Resonó el caracol, llenando el ámbito de zozobra. Tras de incendiar sus palenques, hombres, mujeres y niños, se internaron en las montañas vecinas a fin de escapar de sus invasores y en seguida tener tiempo para combatirlos.

La lucha fue sangrienta. Durante varios días flechas y hachas de ambos bandos combatientes no descansaron, clavándose en los robustos pechos, o rompiendo cabezas coronadas con plumas de lora.

Perdiendo terreno, los nosareños se iban replegando hacia la costa; sus bravos tapaliguis no retrocedían sin ofrecer tenaz resistencia a los diriageños. Sin embargo, la suerte de la lucha paracía favorecer a los súbditos del gran Cacique Diriá.

A pesar del coraje de sus hombres los nosareños iban a ser vencidos: cayó su jefe; los mejores guerreros fueron despedazados a manos de sus rivales; el pánico empezaba a cundir en las filas de flecheros.

En tan apurado trance apareció una mujer que se puso al frente de los combatientes. Era una mujer hermosa y ágil, cuya piel tenía el color dorado de la canela. Volaba de uno a otro lugar, animando a los guerreros: hasta los mismos heridos recobraban ánimos y fuerzas, al verla tan animosa, y tan gallarda, y tan dispuesta a la lucha. De tal modo los animó y los guió que, al fin, los nosareños lograron poner en fuga sus invasores.

Cuando al caer la tarde del último día de batalla los vencedores comenzaron a recoger a sus muertos y a curar a sus heridos, los cuales yacían sobre la arena de la playa, vieron que la doncella, que los había salvado de la derrota, estaba inmóvil, cerca del agua, desangrándose por una herida abierta en el pecho; a su lado una esbelta garza morena, con el plumaje teñido en sangre, paracía acompañarla.

Murió la doncella y la garza deplegó sus alas en vuelo majestuoso sobre aquella Playa de la Gara, y, lentamente, se perdió en una lejanía de fuego y de azul espléndidos.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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