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La doncella del bosque

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Cuenta la leyenda que hace ya muchos siglos se había establecido una tribu india en las bajas y arenosas costas atlánticas de la actual Costa Rica, no muy lejos de un espeso bosque de cedros, donde habitaban los más variados animales.

Entre los componentes de aquella tribu se dice que se encontraba un famoso y joven guerrero, cuya crueldad no sólo era temida por sus enemigos, sino hasta por sus propios compañeros de armas. Ni siquiera los animales se libraban de la dureza de su corazón.

También formaba parte de la misma tribu una hermosa doncella que llamaba la atención de todas, no sólo por su gran belleza, sino, preferentemente, por la nobleza de sus sentimientos manifesada en todos los actos de su vida. Ella cuidaba a los guerreros heridos y a los enfermos hasta caer agotada, sin tomarse siquiera un momento de reposo. En cuanto a los animales, era conocido por todos lo mucho que los quería. En el ejercicio de los buenos sentimientos consistía su mayor felicidad.

Quiso la desdicha que el feroz guerrero, habiendo llegado a la edad de elegir esposa, se decidiese por la noble doncella, pues desde que ésta le había curado sus heridas después de una batalla, ya no pudo pensar en otra. Así es que el cruel joven se decidió a solicitar al padre de la muchacha que se la concediera por esposa. Este, que ya era un anciano, conociendo la manera de ser del guerrero y lo mucho que sufriría su hija si se veía obligada a casarse con un hombre tan feroz, intentó poner algunos débiles pretextos:

-Mi hija es aún muy joven para casarse.
-Otras más jóvenes que ella se han casado ya -replicó el guerrero.
-Es cierto, pero mi hija le gusta cuidar de los heridos y de los animales. Si se casa contigo, ya no podrá hacerlo.
-Pues tiene que casarse conmigo. De lo contrario, te aseguro que te pesará -amenazó el guerrero-. Espero que lo pienses bien y que mañana me des tu respuesta. Pero ten en cuenta que estoy dispuesto a casarme con ella pase lo que pase. ¿Entendido?

Y el guerrero, dichas sus últimas palabras, se puso en pie y marchó mal humerado. El pobre viejo se quedó abatido y sin saber qué hacer. Cuando volviera su hija le contaría todo lo sucedido y que ella decidiera.

No había pasado mucho tiempo cuando el buen padre oyó a lo lejos la voz de la muchacha que regresaba cantando, según era su costumbre. Cantaba tan armoniosamente, imitando el canto de las aves, que todos admiraban en ella esta cualidad tanto como sus virtudes.

Por fin, el viejo se asomó a la puerta de su cabaña para ver llegar a la doncella. La vio tan feliz, tan gozosa que, cuando la tuvo a su lado, ni siquiera se atrevió a decirle una palabra.

Pero la joven notó en seguida la tristeza de su padre.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tan triste?
-Preferiría no decirtelo -contestó el viejo-, pero mi obligación es lo contrario. Baisa el guerrero ha estado aquí a pedirte por esposa.
La joven palideció.
-Y tú ¿qué le has dicho?
-Que eres muy joven todavía.
-Me alegro que le hayas contenstado esto. Es un hombre odioso, con él no me casaría nunca. ¿Qué te ha contestado él?
-Que aunque me oponga, se casará contigo.
-Se equivoca.
-Hija mía, creo que no tendrás más remedio que acceder. De lo contrario, será capaz de hacernos algún daño.
-Pues pase lo que pase, no me casaré con él.

A la mañana siguiente, volvió a presentarse Baisa, el guerrero en la cabaña del anciano.

-Supongo que ya te habrás decidido.
-Ella no quiere.
El guerrero se rió a carcajadas; luego contestó:
-¿Acaso no sabéis, ni tú ni ella que el cacique me considera más que a todos sus servidores juntos?
-Sí, lo sabemos.
-¿Y eso no te da a entender que hoy mismo te llamará para ordenarte que me entregues a tu hija por esposa?
-Lo comprendo. No tendré más remedio que entregártela en contra de mi voluntad y de la suya.
-Así me gusta. Mañana vendré pór ella. Ya tengo preparado todo para la fiesta. Sabía muy bien que no te negarías.

Cuando la muchacha regresó del bosque, salió su padre a recibirla con lágrimas en los ojos.

-Hija mía, el cacique me obligará a entregarte. Ya sabes que Baisa es más que un hermano para él. Nuestra negativa es inútil.
-Aún tiene remedio- contestó la joven.
-No veo ninguno.
-¿Es que no has pensado que puedo huir al bosque? Lo conozco mejor que nadie y sé todos sus rincones palmo a palmo. Si me persiguen, no podrán encontrarme.

Ante aquella idea, los ojos del anciano brillaron con gozo, pero pronto volvieron a llenarse de dolor.

-Hija mía, si te vas al bosque, no podré verte, pues si voy a buscarte me seguirán y te encontrarán. Tú tampoco podrás regresar a nuestra cabaña: te apresarían y te entregarían a Baisa.
-Volveré por la noche, cuando todos duerman.
-Está bien. Lo haremos así. Pero vete ahora mismo. Y diré a Baisa que no sé nada de ti, que has desaparecido.

Se despidieron padre e hija con lágrimas en los ojos, pero a la vez con la satisfacción de que el feroz guerrero no se saldría con la suya, ni siquiera contando con el apoyo del cacique.

Apenas alboreó el día siguiente cuando el cruel Baisa, acompañado por una corte de guerreros, se presentó en la cabaña del anciano para llevarse a la doncella y empezar la fiesta nupcial.

-¿Cómo es que no está aquí tu hija, ataviada ya para la ceremonia?
-Mi hija -contestó el anciano- ha desaparecido y yo no sé donde se encuentra.
-¿Qué estás diciendo? ¿Dónde la ocultas?
-Yo no la oculto en ninguna parte ni sé dónde está.
-La buscaré hasta dar con ella. Y ten en cuenta que si la has escondido, vendré por ti y te sacaré los ojos.
-Puedes hacer lo que quieras. Pero yo te aseguro que no sé dónde está. Cuando le dije que hoy vendrías por ella, se afligió mucho y desapareció de mi vista.
-La buscaré en el bosque y la traeré arrastrada por los cabellos. Nadie se burló de mí en toda la vida y no consentiré que lo haga ella. Te aseguro que la castigaré. Esta burla es imperdonable -y volviéndose hacia los guerreros exclamó-: ¡Vamos a buscarla ahora mismo!

Baisa y los guerreos que lo acompañaban se encaminaron hacia el bosque próximo. Sabían muy bien que era el único sitio donde la joven se podía ocultar. Pronto llegaron a los primeros cedros. ¿Dónde estaría? En seguida salieron de dudas. No muy lejos de ellos, empezaron a oír el armonioso canto de la doncella.

-¡No se escapará! -gritó Baisa lleno de gozo-. Rodead este espacio del bosque. Es seguro que no tendrá escape. Su maravillosa voz la ha perdido. Ahora va a saber lo que supone burlarse de Baisa.

Y todos los guerreros se repartieron la zona señalada para la búsqueda de la doncella, y de tal modo lo hicieron que era imposible que se les pudiese escapar. Al cuel Baisa le brillaban los ojos de puro gozo.

-Prefiero matarla antes de que se me escape-, repetía una y otra vez mientras iban estrechando el cerco.

Lo más sorprendente para los guerreros era que la joven seguía cantando, sin que su instinto o sus despiertos sentidos la pusieran sobre aviso. Pero de pronto se hizo el silencio y no se volvió a escuchar el delicioso cántico de la joven.

-Nos ha descubierto- pensó Baisa-, pero no puede escaparse. Y todos siguieron estrechando el cerco.

Ya empezaban a oírse unos a otros, seguidamente comenzaron a verse entre el follaje y poco después todos se reunieron en el sitio convenido sin que ninguno de ellos hubiera dado cin el menor rastro de la joven.

-¡No lo puedo comprender!- gritaba Baisa cada vez más enfurecido-.

Si es que los dioses la ayudan seré capaz de disputársela a ellos mismos. ¡De Baisa no se burla nadie! Hagamos otra tentativa.

Y varias veces buscaron y rebuscaron a la joven, pero todo fue inútil. Por fin, ya rendidos, cuando empezaban a caer las primeras sombras nocturnas, Baisa y los otros guerreros decidieron volver al pobaldo.

Apenas se habían alejado unos pasos cuando de nuevo surgió el maravilloso canto de la doncella. Al oírlpo se llenaron de ira. Se estaba burlando de ellos, pero al día siguiente darían una batida tan minuciosa que no podría escapar de ninguna manera. Así lo dispuso Baisa.

Cuando los guerreros desaparecieron la doncella salió de su escondrijo, una cavidad que era imposible descubrir para quien no conociera el bosque como ella lo conocía. ¡Qué segura estaba de que jamás la encontrarían! En aquel lugar había estado oculta todo el tiempo que duró su búsqueda y allí volvería en cualquier momento de peligro. Ni Baisa ni nadie sería capaz de localizarla. Además se burlaría de ellos con su delicioso cántico.

Apenas llegó Baisa al poblado, fue a ver al cacique y le contó todo lo que le había sucedido. Después le pidió ayuda.

-Es preciso que mañana pongas a mi disposición todos tus guerreros.
-Mañana se pondrán a tus órdenes todos lo hombres que necesites. Se reunirán aquí ante mi cabaña y marcharán contigo.
-Está bien. Que estén preparados a la salida del sol- dijo Baisa, mientras ardía de impaciencia por ver llegar el día siguiente.

Y cayó la noche. Todos lo indígenas se recogieron para dormir. No otra cosa esperaba la doncella para regresar al poblado y ver a su padre.

Cuando la joven calculó que nadie estaría ya despierto, salió del bosque y se encaminó a la cabaña de su padre. Caminó atenta al menor ruido. Nadie la vigilaría a aquellas horas. Por fin, llegó a la cabaña. Escuchó atenta por detrás de la misma para comprobar si alguien acompañaba al anciano, pero pronto se convenció que estaba solo y penetró cautelosa. La alegría del padre y la hija al encontrarse no tuvo límites.

-Mañana a la salida del sol- le dijo el anciano- irán a buscarte todos lo guerreros de la tribu.

-No te preocupes, padre. Estoy segura de que no me podrán encontrar. Y mucho antes de que saliera nuevamente el sol, se dirigió la joven a su escondite del bosque.

Acababa de empezar el nuevo día y ya estaban todos lo guerreros preparados para la marcha sobre del bosque. Se habían reunido en la gran explanada que se extendía ante la cabaña del cacique. Baisa les dio las órdenes convenientes y les explicó su cometido. Las mujeres y los niños también se habían congregado alrededor de los guerreros, deseosos de contemplar aquel espectáculo que se repetía siempre que se preparaba alguna batalla. Pero en esta ocasión no todos los espectadores, ni siquiera los guerreros, veían con buenos ojos lo que había tramadao el cruel Baisa. Entre las mujeres podían oírse conversaciones como la siguiente:

-Ella es la joven que más vale de toda la tribu.
-Él es cruel y sanguinario.
-No deberíamos consentir el crimen que se prepara.
-Yo voy a protestar- dijo una anciana.
-No lo hagas. Baisa te matará.
-No creo que se atreva a hacerlo -respondió la anciana a la vez que se adelantaba hacia el guerrero.
Cuando Baisa vio a la anciana junto a sí la separó con un empujón.
-Apártate, vieja. ¿Qué haces aquí?
-Vengo a protestar por el crimen que preparas. La doncella que tú persigues con más saña que al enemigo, es de buen corazón y capaz de los mayores sacrificios… No le debes hacer ningún daño.
-Te está diciendo la verdad -exclamó un guerrero.

Baisa no contestó. Se puso pálido de ira y empuñando fuertemente su lanza arremetió contra la pobre anciana que cayó muerta a sus pies. Seguidamente mandó aprisionar al guerrero que se había rebelado y dijo que le ataran a un árbol, orden que se cumplió, al instante. Luego se acercó al prisionero y lo abofeteó, a la vez que le anunciaba su próximo martirio.

-Cuando regrese con mi presa, me entretendré en tirar flechas sobre tu cuerpo. Hace mucho tiempo que no peleo y quiero ver si soy capaz de atravesar un corazón con el primer dardo que dispare. Sí es así, tendrás suerte. Pide a los dioses que no me falle el tiro -y diciendo esto, Baisa se volvió hacia los otros guerreros-. ¿Habéis oído? El mismo castigo le espera al primero que desobedezca mis órdenes.

Del lado de las mujeres se levantó un rumor de desagarado al oír las crueles palabras de Baisa. Este miró colérico hacia ellas y añadió:
-Y a vosotras os digo que toméis ejemplo de esta maldita vieja.

Se hizo un gran silencio. Baisa recorrió con la vista la formación de sus guerreros, avanzó para ponerse a la cabeza de ellos y dio la orden de marcha. Al instante, todos lo guerreros se encaminaron hacia el bosque.

Después de caminar largo rato, Baisa u los suyos llegaron a los primeros cedros, donde hicieron alto para tomar las medidas necesarias.

-Nadi ha de disparar sus flechas -dijo Baisa-. Solo deseo que la joven sea apresada y que se me entregue inmediatamente. Tenemos que rodear el bosque y avanzar hacia su centro, donde nos reuniremos todos, Esta vez no se puede escapar.

Inmediatamente indicó a cada grupo el sector que debía recorrer. Estaba dando las últimas órdenes cuando se quedó como petrificado. Desde el interior del bosque llegaba claro y armonioso el canto de la doncella. Aquello era un desafío que no estaba dispuesto a consentir. Palideció intensamente y gritó lleno de ira:
-¡Vamos, rodead el bosque!

Los guerreros empezaron a avanzar rápidamente hacia los lugares que les había indicado Baisa y cuando completaron el cerco, caminaron hacia el intrincado corazón del bosque. Pero el canto de la doncella no cesaba. Por fin cuando los guerreros ya habían avanzado mucho hacia el interior, cesó el canto.

Pasado mucho tiempo, empezaron a encontrarse algunos de los que venían por dirección opuesta. Por fin, se reunieron todos. Pero la doncella siguió sin aparecer. Baisa estaba como enloquecido de furor.
-¡Volved a rodear el bosque y prededle fuego por todas partes!
-Si hacemos eso -replicó uno de los jefecillos-, morirá abrasada la buscáis con tanto empeño.
-¡Si eso es lo que deseo!
-¡Pero…! -iba a replicar otro.
-¡Al que replique le corto la lengua!
¡Vamos, daos prisa!

Hubo un momento de indecisión. Los guerreos no se atrevían a cumplir la orden, pues muchos habían sido curados y atendidos después de las batallas por la misma joven a quien condenarían a una muerte segura.

De todos modos, conociendo la crueldad y el poder a Baisa, que era el hombre de confianza del cacique, empezaron a alejarse hacia el linde del bosque que debían rodear primero e incendiar seguidamente por todas partes para que no hubiese escapa posible.

-No lo deberíamos hacer -decía uno.
-Verdaderamente es una crueldad que no se debe cometer, pero si no lo hacemos, seremos nosotros los condenados.
-¿Ha venido el brujo?
-Sí.
-¿Y qué dice?
-Está callado, serio, impasible. Cuando le hablan no contesta. Parece que él mismp se encuentra horrorizado.

El bosque ya había empezado a arder por varios lugares. Un jefecillo se acercó a los que dialogaban.

-¿Qué hacéis ahí? ¿Por qué no habéis prendido fuego a ese sector?
¡Prendedlo ahora mismo!

Poco tiempo después ardía el bosque también por aquella parte. El terribe anillos de fuego empezó a reducirse, a estrecharse. De pronto volvió a oírse el canto de la doncella. Ahora era más hermoso, más vibrnate que nunca.

Seguidamente, sonó la voz terrible de Baisa.
-Si te rindes y consientes en ser mi esposa, aún podré sacarte de entre las llamas.

Pero nadie le contestó. El canto seguía impasible y hermoso como si nada sucediera.

-¿No me oyes? -volvió a gritar el guerrero.
-Sí. Te oigo. -Contestó por fin, la joven-. Pero prefiero la muerte que ver tu rostro de asesino.

Y la joven doncella reanudó su delicioso canto.

Entonces ocurrió algo inesperado. El brujo que parecía estar impasible y que apenas había hecho ningún movimiento, se levantó enardecido sobre la piedra en que estuvo sentado hasta aquel momento y empezó a gritar a los dioses:
¡Que no muera la doncella! ¡Hacedm, o dioses poderosos, que se salve sin ningún daño! ¡Castigad a Baisa! ¡Que la doncella se salve!

Pero los dioses parecían no escucharle. El incendio era cada vez mayor y las llamas se iban acercando ya hacia el corazón del bosque de cedros donde seguía cantando la doncella un canto de alabanza a los dioses que el brujo acababa de invocar.

-¡Que se salvem dioses poderosos! ¡Que se salve! -gritaba el brujo repetidas veces con voz degarrada-. ¡Que sea Baisa el que muera!

Baisa se quedó horrorizado al escuchar al brujo. Temía su gran poder.

Pero pronte se rehízo:
-¿Qué está diciendo, viejo loco? -y levantó su lanza dispuesto a clavarla en el corazón excitado del brujo. Mas cuando ya iba a descargar el golpe, una flecha que nadie pudo saber de dónde llegó, atravesó el propio corazón del cruel guerrero, que cayó muerto a los de quien él creía su víctima.

El canto de la doncella seguía resonando en el bosque en medio del rumor del incendio y de los desgarradores gemidos de la fieras que corrían en todas las direcciones.

Súbitamente calló la doncella. ¿Es que habría muerto?
¡Que se salve, dioses poderosos! ¡Que se salve! Seguía gritando el burjo con los ojos puestos en el cielo.

Y de pronto sonó el canto en el aire. Un pajarillo de color ceniza, con el pico y las patas rojas como el fuego estaba cantando sobre las cabezas de los asombrados guerreros. Pero su voz no era la de un pájaro, sino la de una mujer que, poco a poco, si iba transformando y convirtiendo en el canto del jilguero el cual puebla hoy los hermosos bosques de Costa Rica.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.











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