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El sacrificio del Rualdo

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Costa Rica es bellísimo y variado país cuyas montañas están jalonadas por fieros volcanes. La gran sierra desciende suavemente hacia el soñador Lago de Nicaragua, y presenta numerosas curiosidades que nos describen los geólogos. Hay cráteres inmensos, extraños lagos, montones de cenizas… Todo esto surge del mando impenetrable de verdor de la serlva. Y hacemos esta introducción geográfica porque los dos protagonistas principales de este extraño cuento son nada menos que un pájaro y un volcán.

Este último se llama Poás, tiene un colosal cráter apagado cuyo fondo ocupa un lago de diez hectáreas cuadradas. Posee tembién géiseres o fuentes de agua caliente que intermitentemente dejan escapar chorros de agua y vapor que se elevan hasta sententa metros de altura. En las selvas que se extienden debajo viven infinidad de aves canoras, algunos de nombres muy curiosos: picudos, caciquitas, viudas, cardenales, monjitas. Solo una, la más bella por sus coloresm es completamente muda; se llama rualdo y es el otro personaje de esta historia.

¿Qué relación tiene todo esto? Hace mucho siglos, antes de la llegada de los españoles, el rualdo era un ave de plumaje vulgar, pero su canto era el más bello de toda la selva. En los límites de ésta, cerca de la falda del volcán, había un poblado indio. En él vivía una muchacha hermosa y huérfana, sin más compañía que un rualdo. Los padres del ave anidaron cerca de su choza; iban y venían alegres llevando alimenteo al pequeñuelo, pero un día no volvieron. La niña recogió el pajarito, lo cuidó y cuando se hizo grande no quiso separarse de ella. La india le contaba sus confidencias y el pájaro alegraba la soledad con sus trinos.

Un atarceder del Poás enrojeció aún más y cubrió el cielo con sus llamaradas. La tierra temblada y por sus laderas bajaron torrentes pastosos que devoraban la selva. Todo el pueblo saltó a adorarle, los brujos pronunciaron oraciones ininteligibles y le ofrecieron animales y frutos. Sólo la muchacha permanecía acurrucada y temblorosa en el fondo de su choza.

El volcán rugía cada vez con más fiereza; su espírito no se conformaba con los ofrendas, estaba hambriento de carne humana. El más viejo de los brujos se aproximó a la lava, y el monstruo le confió su deseo.

Los indios llegaron a la puerta de la choza; quedaron quietos mirando serios el fondo. La muchacha se acurrucó aún más y sus ojos brillaron de terror en las tinieblas. La cogieron de improviso, y los sacerdotes la subieron mascullando salmodias por las faldas del volcán. Al fin la soltaron: debía avanzar y entregarse a las llamas para el bien de su pueblo. No tenía salvación, detrás también esperaba la muerte en los cuchillos de pedernal.

Dio unos pasos vacilantes de sonámbula. Pronto se detuvo: sobre las nubes rojizas de humo volaba su rualdo. Burlando las lenguas de fuego cantaba al volcán, le habló en el lenguaje misterioso de la Naturaleza. Pidió perdón para su alma y ofreció lo más hermoso que tenía: la maravilla de su voz.

El Poás se enterneció, la dulzura de sus cantos hicieron saltar sus lágrimas, que llenaron el cráter. Se apagó y nació el lago. Ante el pueblo sumido en religioso silencioso regresó el pájaro posado en el hombro de la india. Las emanaciones tórridas del fuego habían secado su voz para siempre; pero el calor doró sus plumas. El rualdo salió del crater como un pájaro de esmalte de la boca del horno de un joyero.

El ave no cantam pero es verde, celeste y amarilla. La montaña deja aún escapar sus chorros calientes: son llantos tardíos del volcán.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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