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Huibin

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Relata la tradición que hace más de un milenio, antes de que los hombres Sihuas llegaran desde el mar, habitaban en las másgenes del Kabagra, felices y tranquilos, dos hermanos gemelos, jóvenes de veinte años, bizarro, herederos de las dinastías de Uriabá, de remotísimo pasado. Eran ellos Ukrá-Ak y Burkar-Ak. Siendo, como eran, vástagos de estirpe real, en no lejano día habrían de regir, conjuntamente, los destinos de su raza como sucesores del viejo Cacique, consecuencia conocida y aceptada con agrado por todos lo pobladores de aquellos valees. Todos sus gustos, sus alegrías, sus deseos todos eran idénticos en los dos mancebos de manera que, cuando el viejo Cacique se ausentara para siempre a morar en el valle de Mok, la potestad sería compartida, indistintamente, por los dos caudillos sin la menor molestia, pues se amaban entrañablemente.

Pero Debá, que en todo ha de meterse, dispuso las cosas de otra modo, y así, valiéndoes de las tretas propias de su ingenio, antes de que ocurriese la muerte del viejo Cacique, logró sembrar la discordia entre aquellos apuestos mozos ofreciendo la ocasión para que ambos se prendaran, al mismo tiempo, de la primaveral belleza de Huibin, núbil y esbelta mariposilla hija de una ranchería aledaña.

Físicamente semejantes los dos hermanos, para Huibin era difícil distinguir a uno del otro, de manera que los dos eran correspondidos por igual con sus ardientes miradas y sus inocentes coqueteos.

¡Mas ay! aunque los gemelos eran de idéntico paracido en su apariencia física, no lo eran así en su carácter: Ukrá-Ak era recio y aposionado; Bukar-Ak era osado y cruel. Sucedió pues, que Bukar-Ak cobró a su hermano un odio mortal; odio alimentado por las inocentes zalamerías de Huibin; y un día en que Ukrá-Ak atravesaba la selva en busca de su amada, Bukar-Ak, al acecho, en la espesura, le clavó una flecha empozoñada por la espalda ocasionándole la mueste allí mismo.

El castigo de Sibú al instante y el homicida Bukar-Ak fue convertido al punto en la temible víbora Bukaraká, que algunos llaman Mano de Piedra y otros Toboba Chinga. La acción del veneno transformó a Ukrá-Ak en piedra inerme, y, por una ironía del destino, las piedras han servido siempre al indefenso caminante para aplastarla cabeza de las víboras que a su paso encuentran en aquellos valles. La coqueta Huibin no escapó al castigo, habiendo sido transformada en la pajarilla que con sus gritos y aspavientos nos anuncia la presencia de las víboras que acechan ocultas en la maleza.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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