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La madre que envejeció de la noche a la mañana

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Entre montones de piedras discurren, sonoras y relampagueantes, las aguas de este río; saltan en cataratas que forman como “velos de novia” con sus espumas. En un lugar del cauce hay una gran cueva por encima de la cual brincan bramando las aguas turbulentas.

Todo esto era un pueblo de indios, nos dijo el anciano narrador. Los indios usaban grandes caracoles, de esos que también se irisan como las aguas del río a la luz del sol. Traían los caracoles de la mar de Suerre, remontando el río Cutris. Todos eso montones y montones de piedras en el cauce del río son “guacas” en que se encuentran, junto con los dichos grandes caracoles, ollitas pintadas y muy diversos figuritas…

Los indios hacían trompetas con los caracoles; por cierto que eran mpas sonoras que los cachos que usamos hoy para llamarnos en el monte. Dicen que en muy remotos tiempos los indios venían a bailar en la cueva y a tocar en ella sus caracoles. Una vez, los indios celebraban una de sus fiestas en la cueva y se llegaron a emborrachar tanto con chicha de jinocuabe que el jefe, perdida la razón y enojado, sin saberse por qué, con una de sus mujeres, le arrebató el chiquito que tenía en brazos y desde la cueva lo despeñó por la catarata.

El cielo se puso bravo y allá arriba empezaron a sacudir los cueros. Los indios, asustados por la tempestad destada, huyeron a los montes. Pero la india madre no huyó: se quedó en el río buscando a su niño; iba empujando piedras que rodaban como truenos al despeñarse en la corriente embravecida. Tantas y tantas piedras empujó que llenó la cueva. Y tanto lloró la pobre que, de la noche a la mañana, se hizo vieja… Todavía hoy, cuando brama el torrente crecido por las lluvias, parece que es la india la que está derrumbando las piedras, en busca de su chiquito.

Una vez, dos amigos que andaban cazando tepezcuintles, dicen que la vieron: iba por las orillas del llamando al chiquito, soplando en su caracol para que la oyera; empujando, desesperada, grandes pedrones y, por fin la vieron meterse en el hueco que era sin duda la entrada de la antigua cueva. Por eso dicen que allí asustan y por eso al río lo llaman el Río de la Vieja y por eso sus aguas corren salteando entre tantos y tantos montones de piedra.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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