Skip to content

Leyenda del Cerro Tremedal

  • by

En una explanada bastante amplia de la selva agreste, donde escogieron los indios huetares el lugar para plantar su ranchería, se encuentra una plaza cerca de un riachuelo. Es el mismo sitio en que centenares de años después se asentaría la ciudad de San Ramón, que, para el tiempo de la Conquista, los españoles llamarin “Doctrina de Santa Catalina de Garabito”, recordando al rey huetar, que los combatía con tanto ardor.

La plaza descrita les servía a los indios para realizar ritos sagrados y para entrenar a sus guerrilleros y flecheros.

En el acto que se va a relatar están realizando un acontecimiento cívico-religioso. En la tarima real, sombreada por un enorme guapinol, se encuentra el cacique Kablí con su corte: Chucarque, Cuvhay y Chara. Cerca de éstos: Corobicí, Abacara, Barva y Yaruste, quienes pronto reemplazarán a lo primeros. Aquéllos se han reunido para tratar la guerra que irán a sostener contra lo indios botos de San Carlos y Sarapiquí (actualmente).

El rey Kablí ha dispuesto que, por encontrarse enfermo, debe entregar el reino a su sobrino Garabito, indio robusto y fuerte, que hizo venir el día anterior del actual Cartago, dondo reinaba su hermano Guarco. Como esa raza no admitía dos caciques, al hacer esta designación, el rey había decretado su propia muerte.

Kablí no tenía más que una hija, Xuala de 15 años, destinada a ser sacerdotisa del Gran Espíritu. En medio de la plaza está la piedra de los sacrificios y el altar, donde el sacerdote Eurékara fuma, tirando el humo en todas direcciones para ahuyentar los malos espíritus. El sukia llega con una serpiente arrollada al cuello y otra en su brazo.

Al terminar los ritos, se didican a comer viandas en bateas: grandes cantidades de pejibayes, plátanos, ñamos, yuca, elotes, carne de venado y cerdo ahumada, atol de maíz, chocolate y chicharra, que bebían nobles y plebeyos en abundancia.

Kablí, después de comunicar al pueblo la designación de su sobrino Garabito, se despoja de su vestimenta y la entrega a su heredero. En este momento hay un redoble ensordecedor de tambores, y cuando callan se oyen las ocarinas y la voz dulce y armoniosa de la joven Xuala. Eurékara se pone su máscara con cara de lagarto y un collar con un águila de oro; llega al altar, hace un sahumerico y con el humo cubre tanto a Kablí como a Garabito, Xuala vuelve a danzar y a cantar, pero esta vez sus cantos son tristes.

Al terminar, los indios se colocan formando un gran círculo y en el centro se posa Garabito con sus nuevos príncipes: atrás los lanceros y los flecheros.

Cuatro hombres traen a Kablí en una angarilla; baja de ella, se quita el penacho de vistosas plumas de la cabeza y lo coloca en la de Garabito. Se oyen los tambores y de nuevo comienzan las danzas. Kablí se acuesta en la piedra de los sacrificios. Aparece el sukia, quien, después de besarle la mano, le coloca una serpiente para que le clave sus colmillos. El sukia pone en la boca de Kablí, seguidamente, un agodón con un calmante. La tribu entera se arrodilla y llora incansablemete por su rey. El sacerdote cubre el cuerpo de éste con hojas de bijagua y le abre las venas de los brazos para recoger su sangre en tutumas (jarros), con su gran fervor.

Como a 50 metros del lugar de los hechos, un grupo de cien indios prisioneros de otras tribus, trabajan haciendo un gran andamio que tienen que rellenar con piedras del río cercano, para formar la tumba de Kablí. Es con este penoso trabajo como aquellos prisioneros pueden conseguir su libertad.

Después de pasar tres lunas, enterraron a Kablí con sus mejores pertenencias, algunos personajes de su séquito, deoce guerreros y algún esclavo; a un lado de su nicho colocaron cantidad de armas, objetos de oro y alimento. Cubrieron la superficie con tal cantidad de tierra que lograron formar un cerro, el cual, con el correr de los años, se llama Cerro del Tremedal.

Su nombre

En tiempos en que gobernaba José María Alfaro, gente de Alajuela y Heredia resolvió internarse en las montañas y llegar a orillas del Río Grande, donde formaron caserío (actual San Ramón). Al cabo de los años, unió a estos inmigrantes el español Santana Orozco, oriundo de Orihuela (distrito de Albarracín), quien residía en Alajuela y llegó a estas prometedoras tierras con el fin de hacer denuncia de una parcela, en la que se encontraba un cerro.

La tradición cuenta que el cerro comenzó a crecer, por lo que cundió pavor entre los moradores de San Ramón, los cuales temieron que éste se convirtiera en volcán. El señor Orozco propuso se pusiera el cerro bajo protección de la Virgen del Tremedal, ya que éste, con paisaje, le recordaba el cerrito de Orihuela, España, donde se apareció la Virgen del Tremedal. El mismo señor Santana trajo la imagen, fue así como se le dio nombre de “Cerro del Tremedal” a este sitio.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *