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La leyenda de la piedra del encanto

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Peñas arriva después de cruzar los tres ríos, que le dieron nombre al pueblo, en las laderas cubiertas de cafetales, breñones y bosques, se encuentran varias piedras de gran tamaño, superpuestas unas sobre otras como travesuras de gigante. Las irregularidades de las rocas forman una cueva, donde la imaginació popular se ha entretenido en crear seres fantásticos con extraños poderes. Además, se tejió una hermosa leyenda de amor entre una bella mujer descendiente de españoles, y un indio de sangre real, pues era hijo de caciques.

Hablamos de la Piedra del Encanto en el Cerro de La Carpinteram Tres Ríos o La Unión. Pero no es una piedra, sino varias -como ya anotamos- las que forman el conjunto, que hoy día se encuentra al final de un trillo enmontado, y más o menos a la mitad de La Carpintera. Árboles de regular tamaño sombrean el lugar por donde se desliza, pequeño y claro, un yurro o riachuelo.

La leyenda romántica está asociada con los indígenas, que Tres Ríos fue tierra de indios. Y cuando las circunstancias la despoblaron, el Gobernador español de turno se encargó de volver a plantar la piel aborigen trasplantada desde talamanca. Se dice que si usted visita la piedra y se sienta por allí a descansar, de inmediato desfila por su mente la vieja historia. Cuenta esta narración que don Pánfilo Aguilar, viejo cartago, su señora y sus tres hijos, rumbearon a Tres Ríos en busca de mejores tierras. eran los tiempos heroícos de la colonia.

En las cercanías del Tiribí contruyó don Pánfilo su rancho y poco a poco crecieron las sementeras y aumentó al hato. Los hijos fueron hombres trabajadores valerosos y la muchacha -que eran dos varones y una mujer- la más bella criatura “que ojos humanos vieron”. Los viajes domingueros de don Pánfilo y familia a Cartago, por la ruta de Coris, sólo servían para que los otros metropolitanos se extasiaran con aquel ángel de los Tres Ríos; y vestida de ángel, precisamente, salió en una semana santa la niña Catalina, que este era el nombre de la muchacha. Pero a pesar de que más de un mancebo cartago puso en ella sus ojos y el fuego de su corazón, los latidos en el pecho de la Aguilar andaban por otros rumbos, ya que era íntima amiga de Seve Y Mequeche, los hijos de un caciquue que habitaba por los predios cercanos a La Carpintera, Ulatava.

Poco a poco se estrechó la amistad entre Catalina y Mequeche, especialmente cuando el jovel indio aprendió todos los secretos de su tribu y Catalina veía en él al héroe de sus sueños. Pero esta amistad, que terminó en un gran amor, fue el motivo de alarma para la familia de del viejo español. Hubo consejo de familia y finalmente se adoptó una decisión: trasladar a Catalina a Cartago, para alejarla del indígena. Ante esa situación, una voz le dijo al muchacho: “Roba a tu amada”. Así lo hizo, con la complacencia de Catalina. Cuando los Aguilar se dieron cuenta de las desaparición de su hija, movieron cielo y tierra para encontrarla. “Tal vez esté en la cueva de la montaña”, arguyó un muchacho. Y todos se fueron hacia una enorme cueva que había en La Carpintera. Pero resultó que en vez de la cueva encontrarton las piedras de que hablábamos al comienzo de la nota. Solamente se veía una cueva muy pequeña y una hendidura. “Todas las esperanzas de encontrar a Mequeche y Catalina se desvanecieron y aseguran los enamorados que visitan la piedra en noches de luna llena, que sobre ella se ve una joven de cabellos rubios que acaricia a un joven moreno, desnudo hasta la cintura y adorando con sus armas de caza”. Tal la leyenda.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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