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El árbol matasno, la serpiente y la laguna del Barva

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Hace muchos años, tantos que aún no habían llegado a nuestra tierra los primeros descubridores españoles, este país era un dominio de los aztecas. Así lo dicen los documentos de la época española y así también parece desprenderse de la siguiente leyenda que nosotros recogimos de boca de un anciano de más de setenta años, moreno, barbilampiño, posible descendiente de los huetares.

Cuenta la leyenda que en el valle del Abra existía un grupo de aborígenes bastante numeroso, distribuido en rancherías; una de ellas, cuyo nombre indígena se perdió, estaba situada en una zona próxima a lo que hoy es San Rafael de Heredia, San Josecito.

Según se desprende de los enterramientos hasta ahora hallados en esa región, estos indios eran hábiles en las artes manuales; sabían hacer en piedra cabezas, retratos, sukias, es decir, hechiceros modelados con bastantes perfección, hachas de varios tamaños, cerámicas policromadas y otros objetos más.

Un día llegó a ese pueblo una suntuosa comitiva de indios extranjero todos muy bien verstidos, algunos llevaban armas de guerra. En el grupo se destacaba uno que portaba un arbolito de matasano en el que se veía arrollada una serpiente, la cual parecía ser el símbolo de la cultura a la que los visitantes pertenecían.

Los reciém llegados eran nada menos que los agentes colectores de tributos en las tierras dominadas por los aztecas. En su lengua se les llamada calpixquis y los tributos que demandaban eran maíz, telas, cerámica, mujeres esclavos, etc.

La gente del poblado se reunió en la plaza y los intérpretes tradujeron el deseo de los calpixquis, que era el de dejar allí el arbolito junto con la serpiente.

Pero sucedió que al poner en el suelo la serpiente, al momento empezó a brotar agua y más agua, cosa que no agradó a los indios quienes suplicaron a los colectores de tributos que se llevaran la serpiente y que la dejaran el arbolito de matasano.

Así lo hicieron éstos y cuando, siguiendo su camino con dirección al norte en ruta hacia el país de donde habían venido, llegaron a la cumbre de la montaña más próxima, allí dejaron la serpiente. Del suelo empezó a salir y salir agua, hasta que se formó una laguna: la laguna del volcán Barva.

Después de estos sucesos habían transcurridos doce lunas cuando la alarma cundió en el pueblo de indios a causa de que la serpiente se había salido de la laguna, había bajado al poblado y andaba devorando niños. Todos los pobladores corrieron al rancho sukia a pedirle su intervención mágica. El sukia dijo que lo que sucedía era que la serpiente tenía hambre y que para calmarla había que subir a la laguna y ofrecerle sacrificios.

Así se hizo. Desde entonces, año con año, los indios de aquel pueblo llevaban a la laguna niños que inmolaban en honor de la temida serpiente. Los padres de los niños sacrificados recibían como premio poder entrar a la hacienda que por virtud extraña tenía la serpiente en el fondo de la laguna; allí podían recoger y llevar para sus casas, eso sí sólo durante un año, abundantes comestibles que les ayudaban a vivir. Los que no tenían parentesco con los niños sacrificados y que trataban de entrar a aprovisionarse de la laguna, jamás pudieron lograrlo.

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