En una noche oscura y fría del mes de octubre. Estábamos todos reunidos en la cocina muy calientitos. Yo aguardando los elotes que se estaban asando y las tortillas de queso que nos darán con chocolate. Comenzamos a conversar con ganas de oír cuentos o historias, en eso le decimos a Ramón que nos cuente la del espantajo azul y él dice: Hay chiquillos ni me lo nombren que hasta el cuerpo se me suelta en un temblor. Sí, sí cuéntelo le dijimos todos, a lo que él responde: bueno voy a complacerlos.
Allá por el año 1885 cuando el café se traía en carreta para dejarlo en la estación de Paraíso. Veníamos de Cachí cómo cincuenta carretas de café y encima chiquillos que les gustaba aprovechar el viaje. Pues bien, al pasar por la hacienda de mi padre, comenzó mi carreta a sonar muy feo por falta de jalea. Así que le grité a los compañeros que me aguardaran mientras iba a la casa vieja a traer jalea. Pasé la tranquera, luego el río, un portillo y por último la casa.
Todo esto con muchas dificultades ya que eran las doce de la noche y el callejón estaba todo oscuro. Entonces abrí la puerta, pasé los cuartos y llegué al horno donde guardabamos entre otras cosas la caja de jalea, me estaba agachando cuando me sorprendió que de un momento a otro se iluminó la cocina, volví a ver qué pasaba, cuando vi detrás de mí un hombre altísimo de color azul y echando fuego por todas partes. No me acobardé y saqué la cruceta y cuál no sería mi susto cuando parecería que lo partía en dos y nada que le hacía. Entonces salí corriendo, me brinqué el río que estaba crecidísimo, la tranquera y al llegar a las carretas, caí sin conocimiento.
Mis compañeros me recogieron y dicen que los bueyes todos asustados corrieron cuesta arriba y cuando mis compañeros llegaron a la catarata, todavía comentaban que sería lo que había pasado ya que la hacienda todo se veía quemándose pero de color azul.