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Turé Huá

Cuenta la tradición que, en épocas remotas, en un extenso valle cruzado por el Río Grande de Térraba, habitaban dos tribus enemigas gobernadas por los caciques UrusKara y Dufará, quienes habían chocado en sangrientas refriegas y de las cuales ninguna ventaja habían obtenido.

Andando el tiempo aconteció que Porubrí, joven y gallardo heredero del Cacique Uruskara, se prendó locamente de la princesa Turé Huá, bella flor de quince abriles primogénita del bravo Dufará. No pudieron unirse a ella a causa de la tradicional enemistad entre las dos tribus, Porubrí, astuto y valiente, concibió el proyecto de apoderarse de su amada, sin meditar en las consecuencias de su temeraria determinación y, con tal propósito, muchas veces se había internado furtivamente en el linaje enemigo. Muchos soles y muchas lunas lo habían visto tendido entre hirsutos chamarrales en constante acecho, pronto a servirse del momento decisivo para coronar su ardiente deseo y así, sobre la escarpada peña o a través de la espesura virgen, Porubrí había espiado a la dueña de sus pensamientos cuando ésta tomaba su baño cotidiano en el Gran Río, asistida por sus siervas y guardada a prudente distancia por flecheros del Palenque Real. Más de una vez, desde un recóndito paraje, el atolondrado mozo pudo contemplar a la elegida de su corazón en todo su esplendente desnudez; a la encantadora Turé Huá, la de los turgentes senos, la de los ojos de gacela, la del cuerpo escultural… y Porubrí tembló de arrebatada pasión admirando extasiado la figura de aquella virgen núbil, broncínea belleza de inmaculada perfección.

Por fin, al correr de las horas y al andar de los días, una oscura mañana de invierno llegó el momento esperado por el fogoso doncel. Aprovechando la oportunidad en que la población enemiga dormía, Porubí, en un alarde suicida, se apoderó de la encantadora Turé Huá, huyendo con ella a través de la selva virgen para internarse en territorio de su propia tribu.

Descubierto por flecheros del Cacique Dufará y perseguido de cerca por éstos, Porubrí pudo llegar hasta el pie de un pequeño cerro en donde hizo frente a sus perseguidores, a quienes venció dándoles muerte con sus propias armas. ¡Mas, ay!, las flechas enemigas, mal dirigidas por los sorprendidos arqueros, habían atravesado el corazón de la desdichada Turé Huá, dejándola sin vida sobre el campo que se tiñó de carmín con su sangre inocente.

El castigo de Sibú o Juez Supremo, no se hizo esperar, y Porubrí fue transformado allí mismo en el Ibih Oguá o monstruo diabólico, quedando condenado a morar enternamente en la entraña del cerro dondo cayó su amada. El espíritu de la princesa fue convertido en diminuto colibrí y de su sangre surgió una fragante madre-selva de campánulas rojas como alfombra miríficamente del domo de aquella colina, conocida por los naturales con el nombre de Kak-Turín. Las flores que allí crecen, de un fulgente escarlata, ofrecen el dulce licor de sus cálices a las bandadas de colibríes que las cortejan todo el año, revoloteando entre el hálito de su perfume embriagador.

Tal la historia de la Princesa Turé Huá cuyo espíritu, según la leyenda, sigue viviendo en el cuerpecito tornasol del colibrí.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.

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