Skip to content

Leyenda del Cerro de las Cruces

  • by

Contaban los antiguos que, en la lejana época, un indio salió de Nandajme, de Nicaragua, su pueblo, y se dirigió a Costa Rica llevando por todo equipaje tres huevos. Al pasar por la laguna de Apoyo, echó al agua uno de éstos. El segundo lo dejó en el templo de la ciudad de Nicoya, el último lo llevó hasta Cartago, donde lo escondió en la Iglesia de Nuestra Señora de lo Ángeles.

Un padre santo, que allí residía, descubrío las maniobras del indio, lo exorcizó, y confesó, y pudo, asimismo, destruir el huevo dejado en la Iglesia de los Ángeles en el preciso instante en que una diminuta sierpe trataba de escaparse de él. Luego corrió a Nicoya pero al llegar allí, encontró otra sierpe ya muy crecida, y como no pudo matarla, la echó amarrada en la laguna que, en esos remotos tiempos, ocupaba la cumbre del cerro llamado hoy de las Cruces, por las señales sagradas que se colocaron en lo más alto, para mantener en respeto al apocalíptico monstruo. Mientras eso ocurrió, la sierpe del huevo abandonado en la laguna de Apoyo había llegado a ser indomable y el padre no pudo cogerla.

De regreso a Nicoya, dejó prescrito que cada año se bendijese el cerro, en medio de grande romería, para que la sierpe allí prese se mantuviese mansa. Sucedió una vez que un padre se descuidó en ir el día acostumbrado a bendecir el cerro, y a los pocos días, la sierpe alborotada enredó su cola por subterráneo conducto, con la del monstruo de Apoyo, y en sus esfuerzos por desasirse, produjo terremotos tan horrendos, que parecía el Cerro de la Cruces próximo a hundirse. La gente atemorizada se llevó por la fuerza al padre hasta la cumbre y los estremecimientos se calmaron como por encanto.

Desde aquel día, entonces, nunca dejaron de subir, con gran concurso de fieles, para precaverse con rugos y bendiciones de tan tremendos sucesos.

Aseguraban también nuestros antepasados que la laguna subterránea y que atrae al rayo, lo que explica las furiosas tempestades eléctricas que suelen desencadenarse sobre el cerro.

De éste baja una quebrada seca, pero que cría peces, y tanto ésta como los mismos bosques que cubren las faldas están encantados, pues hace pocos años, aún, vivía en la villa una ancianita que contaba cómo, siendo ella muchacha, iba allí con su abuela a buscar cacao: al pie del cerro se quitaban los rosarios, y apenas entrados en él, doquiera encontraban guacales de plata, de cacao, de carne, y otras cosas buenas, allí colectadas por las almas de los difuntos que vagaban por los montes.

En prueba de la verdad de esta relación, se recuerda que en todas las quebradas de Nicoya hay grandes cacahuetales, nacidos por las semillas recogidas por las almas de los difundos. Y, aunque lo digan los incrédulos de nuestros días, es error grande creer que nuestros montes no están poblados aún, pues lo habitan los caribes hechiceros, que no se dan a conocer, porque cuando se les acerca un cristiano, se tornan jabalíes o cariblancos.

Referencia

Zeledón Cartín, E. (2018). Leyendas costarricenses. Universidad Nacional.




Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *