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La vida sin electricidad: Relato de un abuelito herediano

Don Carlos Arguedas de 78 años, vecino del distrito de Mercedes en Heredia, cuenta cómo era su niñez cuando aún no había electricidad en el barrio. En esa época todas las personas cocinaban con leña, en su mayoría hacían sopas, de mondongo, de albóndigas y olla de carne, los vecinos cultivaban vegetales, entonces intercambiaban o los vendían

entre ellos, uno tenía chayotes, otro elote, otro plátanos y había quien también vendía gallinas,
del mismo modo no faltaban los típicos casados, con plátano maduro y bistec. Casi todos los días era necesario ir al centro de Heredia; donde actualmente es el Mercado Nuevo, antes era una plaza y allí las personas llegaban a vender sus productos, incluso le compraban a las carretas que pasaban por la casa, los sábados vendían dulce, otros días leña; su padre era uno que los sábado se desplazaba a San José a vender
ganado y los lunes a Alajuela.

Las familias compraban las cosas al día, ya que no había refrigerador, las carnes por ejemplo, las salaban o las humeaban en un alambre para conservarlas un poco más, los frijoles los hervían muchas veces y se preparaban menos raciones, para gastarlos de una vez y evitar que quedaran para luego. En la cocina de la casa de su infancia había una pila de concreto, la cual contaba con un tanque muy hondo y debajo de las bateas los cajones servían para almacenar alimentos, sobre todo verduras, debido a que las condiciones de la pila proporcionaban el frío necesario para preservarlas. Tampoco había licuadora, para hacer frescos se majaba cas y mora o se exprimía jugo de

limón, mandarina o naranja; pero
don Carlos afirma que lo que más
bebían era café y agua dulce,
cuenta que las abuelitas todo
el tiempo tenían a la mano una
cafetera y junto a ella un perolito
con miel, entonces era muy fácil
prepararse el agua dulce.

“Todo era una contumeria”


Antes se andaba descalzo y había
que dormirse temprano, la cena
era entre las 4 y 5 de la tarde,
ya que en ese tiempo oscurecía
más rápido que ahora; para
alumbrarse usaban candelas

linternas, lámparas de canfín
y canfineras, don Carlos relata
como algunas veces hasta se le
quemó la cama, porque olvidaba
apagar la candela y se quedaba
dormido, “era una congoja
terrible” afirma. En la noche
casi no se salía de casa, no es
como ahora, más que no existía
ni el alumbrado público, las
pocas veces que salían llevaban
linternas o los famosos San
Antonio que era hechos de una
lata con una pequeña candela

dentro. Las personas más pobres
se dormían más temprano,
porque no querían gastar canfín
para alumbrarse por más tiempo,
mientras que algunos de los
más adinerados contaban con
lámparas de gas.
Las preparaciones dulces
eran sobre todo horneadas,
claramente no se cocinaban
postres que necesitaran
refrigeración, don Carlos
recuerda que su madre hacía
muchas arepas, pan y bizcocho,
más adelante no solo existieron
cocinas de leña, también se
encontraban las que funcionaban
con canfín y los anafres, las
personas con menos recursos
inclusive utilizaban ladrillos o
bloc para construir hornos o

fogones, estos últimos también
se formaban con tierra colorada,
como un tipo de arcilla.
Para planchar la ropa, se usaban
planchas de hierro, las cuales
para calentarlas se debían
poner sobre la cocina de leña,
asimismo existían otro tipo de
planchas, también de hierro,
la diferencia era que dentro de
estas se colocaban brasas, lo
cual ocasionaba que el calor
se conservara por más tiempo.
La ropa era de tres colores,
beige, blanco y salmón, esta era
lavada con almidón, técnica que
provocaba que la tela quedara
más tiesa, lo que favorecía el
planchado de los quiebres de
las camisas y pantalones, era
de sumo cuidado evitar que

las prendas se impregnaran de
hollín, por lo que necesitaban de
un trapo de manta para quitar la
suciedad de la plancha.
Para entretenerse existían
muchos juegos y dinámicas, con
sus primos y amigos don Carlos
cuenta que jugaba a las chócolas,
jaboncillo y escondido, entre risas
cuenta que iba con sus primos a
robar anonas, naranjas y cuando
era temporada, jocotes, así como
traer más leña del cafetal para
sus familias. Además solían correr
chizas y zorros, estos últimos
hasta eran cazados, pero antes de
las 5 de la tarde todos regresaban
a sus casas, porque ya no había
electricidad y sus padres los
llamaban para que entraran.

La electricidad llegó al barrio
hace más de 50 años, don Carlos
rememora que, Manuel González
un colaborador, realizó una
campaña para ir a traer postes
de madera a lo que se conoce
como el Monte de la Cruz en
los bosques de San Rafael
de Heredia, para efectuar las
instalaciones. Si mal no recuerda,
el servicio de alumbrado se
le pagaba en un inicio a la
municipalidad, al igual que el
agua, después a la Empresa de
Servicios Públicos. Eran épocas
completamente diferentes,
hubo momentos muy difíciles,
pero también situaciones
memorables, todo era muy
barato, una libra de carne
podía costar unos 25 centavos
y cuando trabajaba, el salario

de don Carlos rondaba los 100
colones, pero eso alcanzaba para
comprar lo que requerían. En
general era una vida muy sana,
en cuanto a la comida tenían
horas establecidas para sentarse
a la mesa, se alimentaban de lo
que cosechaban, eran productos
frescos, no existían ni los
condimentos ni los preservantes
artificiales, se levantaban
temprano porque se debía rendir
el día mientras se mantuviera la
luz natural.
Los roles fueron distintos, no
necesariamente peores, lo que
sí es cierto es que es una época
que ni siquiera los jóvenes se
imaginan, relata don Carlos,
porque el estilo de vida ha
cambiado radicalmente gracias a

la tecnología y ellos ya no podrán vivir esas experiencias, pero es innegable que la electricidad es una innovación que ha beneficiado muchos aspectos de la vida cotidiana de las familias, sin embargo es importante el rescate de vivencias y tradiciones, así como el conocimiento sobre el legado e historias de los abuelos que pueden contarse de generación en generación

Créditos:

Carolina Arias Arguedas
Estudiante, TCU-486

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