Hasta la década de 1960, la población de San Mateo contaba con pocos medios de transporte para movilizarse a Puntarenas o a la capital. El tren era el principal medio de transporte, para lo cual las personas debían trasladarse a pie, a caballo o por otro medio, hasta llegar a la estación del tren en Orotina, y hacer su viaje.
Para esa época, San Mateo contaba con un único bus para trasladarse a San José, al que popularmente le llamaban “La Pachanga”. El propietario de este vehículo era Isidro Rojas.
El bus salía del parque de San Mateo a las seis de la mañana y regresaba de San José a las cuatro de la tarde. Las personas tenían que organizarse muy bien para realizar sus mandados, dado que al existir un único bus y horario, era necesario ajustarse al tiempo disponible. Por este medio, las personas trasladaban mercaderías y animales, como gallinas y cerditos, para su venta en San José.
Uno de los choferes a cargo de la conducción de este bus era el orotinense Rafael Morales. El trayecto por la calle vieja hacía que fuera relativamente largo y peligroso, debido a las empinadas calles y pronunciadas curvas, principalmente en Desmonte, y a la salida del Alto del Monte, donde los choferes con poca experiencia tenían que enfrentar más de una vez tremendo susto, al no poder conducir hábilmente
el vehículo, y enfrentar problemas de motor o un accidente.
Cuenta Carmen Peraza Granados que un día, su abuela Francisca, conocida como Chica, se dirigía a San José. Ese día, el bus iba a su máxima capacidad y entre los pasajeros estaba un señor, del cual no se
conoce su nombre de pila, pero era conocido como “Currucha”. Él llevaba una canasta llena de huevos para venderlos en San José.
En el Alto del Monte, el chofer no pudo hacer una buena maniobra en la vuelta de la calle, y el bus se volcó, provocando heridas y golpes en las personas. Pronto, los miembros de la Cruz Roja llegaron al lugar del accidente y asistieron a los heridos.
Afortunadamente, abuela Chica salió ilesa del accidente, pero llegó contando a la casa la tragedia de Currucha. Al salir del bus, el señor se lamentaba diciendo “lo que más me duelen son los huevos”, y los paramédicos muy preocupados lo revisaban, pensando en que por el accidente había sido golpeado en sus partes nobles, sin saber que se
trataba de la canasta de huevos quebrados que había quedado en el pasillo después del accidente.
Informantes:
Floribeth Cubillo & Carmen Peraza (2015).