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Tazo y la fiesta embrujada

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En San Mateo había un hombre que se lucia muchísimo llamado Tazo Jiménez. Siempre le gustaba tener las mejores bestias del sector y vestía bien al animal. Un domingo para salir le ponía la mejor montura, con barbas, ¡una belleza!, con la trenza y todo.

La cuestión es que le gustaba tomarse sus traguitos, era parrandero. Una noche venia borrachitico sobre el caballo y había un pedrón a la orilla de la calle (por el río José María). Se encuentra cuatro mujeres y arriba se ven unas luces.

El hombre se queda viendo y dice: “Diay muñecas, ¿qué hacen ahí a estas horas?”. Y dice una de las mujeres: “¡Ay, mirá lo que nos hacía falta, un hombre bonito!”, y lo hicieron bajado del caballo. Las mujeres le dicen a Tazo: “¡Vamos, entremos al baile! Nos hacía falta un hombre para bailar. En el salón hay comida y bebida”.

La cuestión es que se baja Tazo del caballo y lo jala de la rienda y las mujeres le dicen que lo amarre en un horcón. – Por aquí está el camino con ores y todo; deje aquí el caballo amarrado afuera – le dijeron. Tazo dejó amarrado al caballo y preguntó: “¿No le pasará nada?”. – No, no tranquilo – le respondieron. Él dijo: “Es que este caballo lo quiero como si fuera de la familia”, y las mujeres le contestaron que nada le iba a pasar al animal.

Suben y llegan a aquel estón, luces por todo lado. Había cerveza y panecillos, una belleza aquella esta y todo gratis, y el hombre bailando. Tazo continuó tomando unas cervezas bien heladas y comiendo panecillos, riquísimos. Resulta que a las 5 de la mañana comienzan a cantar unos gallos por allá, y el hombre no supo más de las cosas. Como a las 10 de la mañana se despierta y está acostado en un charral, pero espantoso. Se encontraba casi a la orilla de la cerca, pero el lugar estaba lleno de bejucos.

En la orilla habían unos tarros y lo que tenían eran orines de yegua. La cerveza y los panecillos que Tazo tanto disfrutó en la supuesta esta eran boñigas de caballo. Amaneció con la trompa llena de zacate y se pensó: “¿Qué es esto?, ¿dónde estoy?”. – Y, ¿mi caballo que se haría? – fue en lo primero que pensó.
Se sentó para ver si se le bajaba el mareo, había tragado bastantes orines. Se acostó bajo la sombra de un palo de guácimo y ahí estaba el caballo colgando, se lo habían ahorcado.
Tazo se fue a pata para la casa llorando por el caballo, pensando en la maldad de las brujas.

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