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El espanto del taconazo

Los bailes en San Mateo de Alajuela eran muy concurridos. Como principal diversión en la zona, todos los sábados decenas de muchachos y
muchachas participaban del baile el cual, generalmente, terminaba entre las diez y las once de la noche.

Al regresar, se acostumbraba que grupos de muchachas se acompañaran entre sí, para transitar por las oscuras calles del barrio.

También muchas parejas aprovechaban la salida para compartir un ratito en el parque, hasta la 1:00 am. Sin embargo, el parque se convertía en
un lugar muy oscuro, principalmente, después de las diez de la noche cuando en el pueblo apagaban las luces que iluminaban la zona.

De repente, una extraña gura, como de una palmera empezó a asustar a quienes acostumbraban quedarse en el parque. Se oían los pasos de un caballo, el arrastre de algún objeto raro que no era posible mirar con claridad, dada la oscuridad del lugar.

Pronto se difundió la noticia en el pueblo: “Cuidado, el diablo se está apareciendo en el parque”. Es el espanto del taconazo, dado que se escucha con claridad los pasos de una persona o los cascos de un caballo que se traslada de un lugar para otro.
Quizás puede ser el diablo que taconea con insistencia para asustar a quienes se divierten con el baile.

Tanto era el susto de las personas, que poco a poco desistieron de ir al parque hasta que alguien descubrió que se trataba de una broma.

Jorge Molina y Coque eran los creadores del espanto del taconazo. Astutamente, se aprovecharon de la poca iluminación del parque y ubicaron una palmera seca, la cual arrastraban de un lugar para otro y con unos zapatos de madera o suecos hacían el ruido de los pasos que tanto
miedo causó entre los que acostumbraban ir al parque en las noches.

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