Cuando tenía 12 años, en el mes de mayo (mes del Rosario de la Virgen), mis tres hermanos y yo salíamos pero solo a actividades que tuvieran que ver con la iglesia.
Nos alistábamos y salíamos pero mis dos hermanos mayores le decían a papá que iban para el Rosario pero no lo hacían y se encontraban con la novia; sin embargo, el mayor era un poco chismoso y le contaba a papá toda la verdad y él nos castigó por eso.
A mamá le iban a regalar entonces papá nos dijo (a los tres que íbamos para el Rosario) que llamáramos a la partera y nos advirtió que si llegábamos tarde nos iban a asustar.
Fuimos a llamar a la señora. Papá tenía unos bueyes que dormían bajo un árbol de mango muy grande y frondoso que había. Para salir a llamar a la partera había que abrir un portón y caminar 200 metros hacia la calle principal donde había un marañonal.
Cuando íbamos caminando los tres escuchamos algo que tosió y pensamos que había sido uno de los bueyes de papá; sin embargo, la tercera vez fue muy fuerte y de una vez nos dimos cuenta de que lo
que tosía no era un buey; entonces mis hermanos se escondieron menos yo, en el momento no sentí miedo pero luego el miedo me invadió completamente.
Por el susto que me dio me tapé con ramas, pero luego sentí que un animal me había pasado por encima.
Mis hermanos salieron de donde estaban escondidos y le contaron a mamá, luego ella empezó a preguntar por mí pero no me encontraron porque María, una vecina, me tenía escondida.
María comentó que en el corredor de su casa había un animal que estaba jadeando muy fuerte por la carrera que se había pegado pero que no era un buey, sino el Cadejo.